Los “aguaores” era un oficio indispensable
en aquellos años; aunque muchas casas disponían de pozos, este agua (llamada
“de gastar”) la mayoría de la veces no era apta para el consumo humano, siendo
necesario traerla de manantíos o pozos cuya calidad de agua era garantizada.
Con el tiempo se pasó de repartir el agua en bestias a repartirla en cubas en un tractor, hasta que ya en los años
setenta se instaló la red de agua potable, quedando este oficio relegado al
olvido y sólo recordado por los motes (“aguaor, aguaora”) que aún perviven en
el pueblo.
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