"La mayor tragedia de este siglo es la extinción de la cultura campesina, cultura milenaria e indefensa porque no está registrada en libros, sino en manos de la memoria y la transmisión oral"
Luis Landero

domingo, 17 de septiembre de 2017

LA FERIA DE SAN MATEO



  La feria era la fiesta que más gente concentraba en Garrovillas, Venían personas de todos los lugares de la provincia y allende la misma, siendo los pueblos cercanso los que más gente aportaban.
   El comienzo oficial era el día de San Mateo, 21 de septiembre. Duraba tres días. Antes de la guerra duraba hasta cuatro. Era una feria eminentemente ganadera, como correspondía a la época, en la que se compraban y vendían toda clase de ganado: cerdos, ovejas, cabras, vacas, mulos, caballos, asnos, etc.


    En la España de entonces el sector  primario, agrícola y ganadero, imperaba sobre el industiral, por lo cual aquellos feriales tenían una enorme importancia para la vida rural y para Garrovillas como tal. 


   Nuestra Plaza era el epicentro en torno al cual giraba la feria, como lo había sido el mes anterior con los toros. En ella se asentaban las atracciones propias de la época, no eran tan sofisticadas y voluminosas como las de hoy. Solían ser voladoras, columpios, noria, caballitos y a veces el tren de la bruja.

   De todas las fiestas locales, la feria era la que más agradaba a la infancia. No siempre los niños disponían de la perra gorda, la peseta o el duro, depende del año, que costaba el viaje.

   Ciertos feriantes, eran asiduos cada año, como el caso del Félix Blanco… llevaba los columpios, la caseta de tiro y una tienda de juguetes…

    Nunca faltaba el señor de las gambas saladas luciendo su chaqueta blanca. No podía faltar, como en San Juan, el turronero local “tiu Cachuchu”, (Cornelio Cortés). Y así otros muchos que ya no recordamos.


   Los viejos retratistas con sus máquinas montadas sobre un trípode y una especie de tapiz, como escenario de fondo, sobre la pared nos inmortalizaban a todos cuantos posábamos ante el objetivo. Los niños se montaban en el caballo y los jóvenes  lucían zahones, sombreros, chaquetillas y empuñaban algún pistolón. Las parejas solían ocupar una silla y buscaba alguna pose más o menos romántica. La plaza se llenaba de tiendas y toda clase puestos  y tenderetes. Había bolas  de Torrejoncillo, fruta, ajos, cebollas, churros, golosinas, etc. Se vendías cestos de castaños, bastones, varas para las aceitunas, cencerros y demás. No faltaba el calzado local y de fuera , mantas, objetos metálicos, dorados y toda clase de menaje para el hogar. Las madres empezaban a preparar la dote de las futuras novias sin saber si éstas un día se casarían o no y si usarían algunos de aquello enseres pasados de moda.



    Por las tardes, la Plaza se ponía de bote en bote de garrovillanos y forasteros, que se acercaban a ella para pasear y disfrutar del ambiente festivo. Otro de los alicientes de animación eran los altavoces de las atracciones que cantaban las canciones de moda en cada momento.

   La Avenida de la Soledad, que aún era calleja, se ponía tan llena de gente que era literalmente imposible dar un  paseo desde la Plaza hasta la Soledad.

   Nuestra feria era importante, sobre todo en bestias de labor, como lo eran las de Brozas, Salamanca, Arroyo, Cáceres y Zafra.

   A raíz de la guerra la feria decayó mucho, se volvió a recuperar tras los primeros años. Pero ya no fue igual.

    En el balcón del Casino, se situaba una orquesta que animaba la jornada vespertina durante horas. Por la noche había verbena, unas veces en la Plaza y otras en la Laguna.

Extracto del libro Garrovillas de Alconétar 1940-1960 de Teófilo Domínguez.