La feria era la fiesta que más gente
concentraba en Garrovillas, Venían personas de todos los lugares de la
provincia y allende la misma, siendo los pueblos cercanso los que más gente
aportaban.
El comienzo oficial era el día de San Mateo, 21 de septiembre. Duraba tres días. Antes de la guerra duraba hasta cuatro. Era una feria eminentemente ganadera, como correspondía a la época, en la que se compraban y vendían toda clase de ganado: cerdos, ovejas, cabras, vacas, mulos, caballos, asnos, etc.
El comienzo oficial era el día de San Mateo, 21 de septiembre. Duraba tres días. Antes de la guerra duraba hasta cuatro. Era una feria eminentemente ganadera, como correspondía a la época, en la que se compraban y vendían toda clase de ganado: cerdos, ovejas, cabras, vacas, mulos, caballos, asnos, etc.
En la España de entonces el sector primario, agrícola y ganadero, imperaba sobre
el industiral, por lo cual aquellos feriales tenían una enorme importancia para
la vida rural y para Garrovillas como tal.
Nuestra Plaza era el epicentro en torno al cual giraba la feria, como lo había
sido el mes anterior con los toros. En ella se asentaban las atracciones
propias de la época, no eran tan sofisticadas y voluminosas como las de hoy.
Solían ser voladoras, columpios, noria, caballitos y a veces el tren de la
bruja.
De todas las fiestas locales, la feria era la que más agradaba a la infancia.
No siempre los niños disponían de la perra gorda, la peseta o el duro, depende
del año, que costaba el viaje.
Ciertos feriantes, eran asiduos cada año,
como el caso del Félix Blanco… llevaba los columpios, la caseta de tiro y una
tienda de juguetes…
Nunca faltaba el señor de las gambas saladas
luciendo su chaqueta blanca. No podía faltar, como en San Juan, el turronero
local “tiu Cachuchu”, (Cornelio Cortés). Y así otros muchos que ya no
recordamos.
Los viejos retratistas con sus máquinas montadas
sobre un trípode y una especie de tapiz, como escenario de fondo, sobre la
pared nos inmortalizaban a todos cuantos posábamos ante el objetivo. Los niños
se montaban en el caballo y los jóvenes lucían zahones, sombreros, chaquetillas y empuñaban
algún pistolón. Las parejas solían ocupar una silla y buscaba alguna pose más o
menos romántica. La plaza se llenaba de tiendas y toda clase puestos y tenderetes. Había bolas de Torrejoncillo, fruta, ajos, cebollas,
churros, golosinas, etc. Se vendías cestos de castaños, bastones, varas para
las aceitunas, cencerros y demás. No faltaba el calzado local y de fuera ,
mantas, objetos metálicos, dorados y toda clase de menaje para el hogar. Las madres
empezaban a preparar la dote de las futuras novias sin saber si éstas un día se
casarían o no y si usarían algunos de aquello enseres pasados de moda.
Por las
tardes, la Plaza se ponía de bote en bote de garrovillanos y forasteros, que se
acercaban a ella para pasear y disfrutar del ambiente festivo. Otro de los
alicientes de animación eran los altavoces de las atracciones que cantaban las
canciones de moda en cada momento.
La Avenida de la Soledad, que aún era calleja, se ponía tan llena de gente que era literalmente imposible dar un paseo desde la Plaza hasta la Soledad.
Nuestra feria era importante, sobre todo en
bestias de labor, como lo eran las de Brozas, Salamanca, Arroyo, Cáceres y Zafra.
A raíz de la guerra la feria decayó mucho,
se volvió a recuperar tras los primeros años. Pero ya no fue igual.
En el balcón del Casino, se situaba una
orquesta que animaba la jornada vespertina durante horas. Por la noche había
verbena, unas veces en la Plaza y otras en la Laguna.
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