"La mayor tragedia de este siglo es la extinción de la cultura campesina, cultura milenaria e indefensa porque no está registrada en libros, sino en manos de la memoria y la transmisión oral"
Luis Landero

jueves, 10 de abril de 2014

LA ATALAYA



   Para hablar de La Atalaya hay que remontarse a los años treinta del siglo pasado, este emblemático depósito situado sobre el cerro del mismo nombre, es el único resto que aún perdura de lo que fue un anhelo de progreso y resultó una gran frustración que tardó décadas en resolverse.

   En el libro “Garrovillas de Alconétar 1930-1940" de Teófilo Domínguez, podemos leer:

   “Tras algún vano intento anterior, pre-republicano, la coalición republicano-socialista presidida por A. Viera, pone manos a la obra y encarga al edil Cornelio Durán para que comience a hacer las gestiones oportunas.
   El lugar elegido fue idóneo en cuanto a calidad. Se construyeron 3 pozos que daban agua en abundancia. El brocal de los mismos se mantuvo visible hasta que los cubrió el salto. El acuífero era alimentado por la filtración del agua del Tajo, y el nivel de los pozos descendía o ascendía según lo hacía el río. Desde el punto señalado se elevaría mediante un potente motor al depósito construido en el cerro de la Atalaya, único testigo que perdura en nuestros días, con capacidad para unos 350 m3.

   Desde el depósito, el agua descendería hasta el pueblo y se distribuiría en los 7 puntos establecidos:
La Plaza, La Laguna, Llanito Marchena( hoy Plazuela del Cura), Las Nieves, Esquina Tejado, calle Santa Isabel, el Llano de la Perdíz( aquí se ubicó el pilón, destinado al ganado sobre todo en las ferias.
Pero el proyecto encontró detractores. Detrás de esta oposición por parte de algunas capas derechistas, sólo había la pugna política del momento y a falta de otra argumentación, aducían lo antieconómico del proyecto por parte de unos, y el riesgo sanitario por parte de otros.

   En la primavera de 1933 llega el agua al pueblo, y el consistorio quiere dar una fiesta con motivo de la inauguración.
   Una vez el agua en el pueblo, hubo una propuesta de Julián Durán en el pleno del 4-6-33 en el sentido de introducir el preciado líquido elemento en las casas; pero esto no podía llevarse a cabo sin el proyecto de alcantarillado que se intentó en 1936, pero que debido a la guerra no se llevó a efectos.
Durante aquellos años republicanos, el agua ya formaba parte del hábito de los garrovillanos, que la consideraban como algo que nunca perderían. Pero no fue así.
   El pueblo garrovillano nunca olvidó lo que consideró un agravio y un enorme perjuicio para todos sin distinción de clases.”





domingo, 19 de enero de 2014

LAS FRAGUAS

Teófilo Domínguez. Garrovillas de Alconétar 1940-1960:

   Las viejas fraguas, era el lugar donde se trabajaba el hierro y se preparaban las herramientas o utensilios metálicos usados en el agro local y otros menesteres. Los herreros eran artesanos, que siempre habían trabajado cualquier utensilio de hierro, pero en aquel tiempo, ya se centraron principalmente en servir a los labradores. Muchas herramientas, como azadas, hachas, clavos o púas de diversos tipos, azuelas, martillos, etc. ya venías de fábrica y no merecía la pena la fabricación artesanal ni el arreglo. Así que la principal clientela de los herreros, eran los labradores. De las fraguas habidas por entonces, recordamos una docena. Cada una tenía un herrero, que era el titular, y algún aprendiz, que en muchos casos podía ser algún descendiente.
   El herrero echaba al fuego unas paladas de carbón de brezo, se colocaba uno de labradores para soplar con los enormes fuelles para que se calentasen bien las piezas colocadas en el fuego. Cuando estaban al rojo vivo, el maestro cogía la pieza con la tenaza en una mano y el martillo en la otra, la colocaba sobre el yunque y a golpearla hasta darle forma. Cuando había gente suficiente, era auxiliado por un par de labradores, con un mallo o martillo grande cado uno. Coordinando sus golpes para no estorbarse.
    Las fraguas, como las demás actividades que servían a la agricultura, fueron decayendo en la misma proporción que iban emigrando los labradores y campesinos. Fueron cerrando y solo perduró la que se transformó en taller de carpintería metálica, como la de la familia Cordero en el Santo