La
excelente madera de los pinos garrovillanos propició la existencia de un gremio local de carpinteros
que perduró a lo largo de varios siglos. Fue una actividad en la que el propio
artesano era el que se tenía que abastecer de la misma. Talar los pinos,
repelar y aserrar los troncos, transportarlos en carretas y almacenarlos eran
procesos realizados a mano que se repetían años tras año sin más criterios
técnicos que los marcados por la propia experiencia transmitida de generación
en generación. Desde antiguo, al igual que las estructuras sociales y
económicas, las innovaciones habían sido mínimas y estas se redujeron a
pequeñas mejoras en alguna que otra herramienta y poco más.
Hace noventa años, los mellizos David y
Tomás Arias Vivas popularmente conocidos como los “Guerrinas”, sin tener
conciencia de la ruptura tan profunda e irreversible que iba a representar con
el pasado, adquieren una moderna máquina
aserradora propulsada por un motor de explosión que facilita el trabajo,
llevando a cabo las tareas más duras de forma más rápida y eficaz. Es la
primera vez que se va a introducir una máquina de estas características para
realizar procesos que hasta entonces se habían realizado íntegramente a mano.
Nacidos en 1898, habían adquirido las
destrezas básicas del oficio estando de aprendices en el taller de “Tío
Daniel” (Tomás) y en el de “Tío Nicolás Bravo” (David). Con un poco más de
veinte años ya habían abierto su propia carpintería, acondicionando un tinado
en la “Plazuela de las Escuelas”.
Esa máquina, hoy aquí expuesta, es una
aserradora de cinta, fabricada en Francia, marca Fourchambaul. Fue adquirida en
San Sebastián a principios de 1927. Posee dos volantes de inercia de 0,90 m.
sobre los que gira la sierra y un
tablero de mesa de 1,72x1m. Su altura es de 2,70 m. Era movida por un motor de
explosión a gasolina de un solo cilindro con 5 CV de potencia. La transmisión
era por una correa. Su precio fue de 6140 pesetas (36,90 €), todo un capital en aquella época. Se recurrió a la familia
colaborando cada uno con lo que pudo.
Para instalarla hubo que rehacer totalmente
el antiguo tinado creando un local diáfano con amplios ventanales. La
inauguración fue en Semana Santa de 1927
con la bendición de los párrocos D. Simón Herrera y D. Anastasio. En el acto se
hizo una demostración de su funcionamiento ante los asistentes que, asustados
por el ruido del motor y la velocidad de la máquina, quedaron sin palabras. A
partir de esa fecha se incrementó el rendimiento, lo que afectó también al
resto de las carpinterías, porque de la docena que había, la mayoría comenzaron
a ir a aserrar sus maderas al “Taller de los Guerrinas”. Como merecido homenaje, queremos recordar aquí a
la de los hijos de “Tío Daniel” la de José Bravo, la de Honorio Cordero, a los
hermanos Módenes, a Teodoro Mogollón, a los hermanos Rubio “Los Calpio”, a José
Iglesias “Piojino”, a Julián Pache (el último palero) a Félix Arévalo, a
Modesto Hernández…
Y lo que fue una novedad con el tiempo se
convirtió en cotidiano. Se había logrado obtener mayor aprovechamiento de la
madera, sacando todo tipo de grosores y longitudes en tablas y tablones, en
cuarterones para marcos o en vigas. Se podían hacer tableros de superficies
planas, antes de factura y dimensiones imposibles. La madera de las ramas que
antes se utilizaba para leña, se aprovechó para
sacar tablas y palos irregulares con los que se hacían anualmente miles
de angarillas para el ganado. A los
paleros se les serraban las piezas de madera de encina que usaban para las
ruedas de los carros y carretas. También se picaba leña para las chimeneas de
las casas. Pero persistía el problema del combustible. Como una consecuencia
más de la tragedia que supuso la Guerra, el surtidor que había en la Avda. de
Colón se cerró y había que ir a por él a Cañaveral con un carro tirado por un
burro. Además, el racionamiento motivó que la producción se redujera
sensiblemente. En 1948 se sustituyó el
motor de gasolina por uno eléctrico, trifásico, de 350 voltios. Su instalación
fue toda una odisea. Como la línea eléctrica normal no tenía potencia para
hacerlo funcionar, hubo que tirar otra independiente que, partiendo de la
Laguna y atravesando corrales particulares llegaba a la carpintería. Ninguno de
los vecinos afectados puso ninguna pega. La instalación de este motor, además
de ser silencioso y limpio, contribuyó a la mejora del rendimiento de la
máquina. Estuvo en funcionamiento hasta el cese de la actividad de la
carpintería acaecida en el otoño de 1976.
Tomás,
David y la generación con la que bregó esta máquina fueron testigos del cierre
de un ciclo en el que durante siglos se marcaba la vida y el tiempo de las
gentes y lugares de un modo totalmente distinto al actual. Sin duda, su labor
concilió los usos que habían pervivido durante mucho tiempo con las nuevas
formas de producción y estilos de vida que en tan solo un puñado de años nos han llevado, para más bien que mal, donde
hoy nos encontramos.Texto Museo Etnográfico