Para hablar
de La Atalaya hay que remontarse a los años treinta del siglo pasado, este
emblemático depósito situado sobre el cerro del mismo nombre, es el único resto
que aún perdura de lo que fue un anhelo de progreso y resultó una gran
frustración que tardó décadas en resolverse.
En el
libro “Garrovillas de Alconétar 1930-1940" de Teófilo Domínguez, podemos leer:
“Tras
algún vano intento anterior, pre-republicano, la coalición republicano-socialista
presidida por A. Viera, pone manos a la obra y encarga al edil Cornelio Durán
para que comience a hacer las gestiones oportunas.
El lugar elegido fue idóneo en cuanto a
calidad. Se construyeron 3 pozos que daban agua en abundancia. El brocal de los
mismos se mantuvo visible hasta que los cubrió el salto. El acuífero era
alimentado por la filtración del agua del Tajo, y el nivel de los pozos
descendía o ascendía según lo hacía el río. Desde el punto señalado se elevaría
mediante un potente motor al depósito construido en el cerro de la Atalaya,
único testigo que perdura en nuestros días, con capacidad para unos 350 m3.
Desde el
depósito, el agua descendería hasta el pueblo y se distribuiría en los 7 puntos
establecidos:
La Plaza,
La Laguna, Llanito Marchena( hoy Plazuela del Cura), Las Nieves, Esquina Tejado,
calle Santa Isabel, el Llano de la Perdíz( aquí se ubicó el pilón, destinado al
ganado sobre todo en las ferias.
Pero el
proyecto encontró detractores. Detrás de esta oposición por parte de algunas
capas derechistas, sólo había la pugna política del momento y a falta de otra
argumentación, aducían lo antieconómico del proyecto por parte de unos, y el
riesgo sanitario por parte de otros.
En la
primavera de 1933 llega el agua al pueblo, y el consistorio quiere dar una
fiesta con motivo de la inauguración.
Una vez
el agua en el pueblo, hubo una propuesta de Julián Durán en el pleno del 4-6-33
en el sentido de introducir el preciado líquido elemento en las casas; pero esto
no podía llevarse a cabo sin el proyecto de alcantarillado que se intentó en
1936, pero que debido a la guerra no se llevó a efectos.
Durante aquellos
años republicanos, el agua ya formaba parte del hábito de los garrovillanos,
que la consideraban como algo que nunca perderían. Pero no fue así.
El pueblo
garrovillano nunca olvidó lo que consideró un agravio y un enorme perjuicio
para todos sin distinción de clases.”